Llamamos estrés laboral a la falta de sensación de control y de habilidades para afrontar las diversas situaciones dentro del marco laboral que condiciona negativamente la vida de la persona. Se conoce también por el nombre de “Síndrome del quemado” o “Burnout”: “…deterioro y cansancio excesivo progresivo unido a una reducción drástica de energía… acompañado a menudo de una pérdida de motivación… que a lo largo del tiempo afecta las actitudes, razonamientos y el comportamiento general.” (Freudenberger, 1998). La competitividad, la exigencia de gran productividad y los bajos salarios en el trabajo facilitan su aparición además de insatisfacción en el ambiente laboral. Desafortunadamente, es un fenómeno habitual.

Las personas más propensas a sufrir de estrés laboral son aquellas que se entregan con entusiasmo a un objetivo o actividad, generalmente con trato con otras personas, y que con el tiempo no obtuvieron la respuesta esperada llegando a una situación personal, laboral y social gravemente deteriorada.

Más de Uno León con Javier Chamorro y Miguel Ángel Cueto (5 febrero 2020). Audio cortesía de Jorge Martínez.

Las fuentes del estrés laboral

En el ámbito laboral son diversas las fuentes de estrés que pueden llegar a quemar al trabajador. Por un lado está el contenido del trabajo: el ritmo de trabajo rutinario o monótono que suele generar una mayor probabilidad de aburrimiento e insatisfacción laboral a personas con buena capacidad intelectual, la infrautilización o sobreutilización de las capacidades, la sobrecarga cuantitativa, una baja participación en las decisiones laborales y la presión horaria son algunos de sus factores estresantes. Por otra parte encontramos la estructura y política organizacional: la ambigüedad o conflicto en el rol del trabajo, el trabajo compartido, la supervisión directiva y el salario inadecuado. Y, por último, los factores ambientales: el ruido, la contaminación, la temperatura, escasa seguridad,… Pero no todas las fuentes de estrés tienen las mismas características ya que estas dependen de una serie de factores:

  • La frecuencia y la duración de la situación: cuanto más tiempo peores consecuencias para el organismo, por el efecto acumulativo.
  • La intensidad: cuanto más grave mayor suele ser el nivel de estrés. Esta gravedad queda mediatizada por la importancia que la propia persona le dé a la situación estresante (por ejemplo, quedarse sin trabajo no es igual de grave dependiendo de si hay o no otras fuentes de ingresos en la familia).
  • La predictibilidad: predecir una situación permite anticipar posibles soluciones lo cual aumenta la percepción de control y permite que a persona prepararse psicológicamente para ella.
  • La autoconfianza y la sensación de control que se tenga sobre la situación.

Como ya hemos comentado en alguna otra ocasión, el estrés no siempre es negativo pues un determinado grado de activación permite a la persona el desarrollo óptimo de la actividad. El estrés negativo o distrés se produce cuando el grado de activación desborda los recursos individuales y afecta a la sensación de control de la persona.

Referencias: