El ser humano es un animal social y gregario y que, en general, no suele llevar nada bien el aislamiento social. Los últimos meses han sido complicados para muchas personas. Por ejemplo, una de las primeras pautas que se suele dar a alguien que viene a consulta por un problema depresivo o un duelo es buscar actividades sociales y deportivas rutinarias para evitar un bucle de aislamiento y desconfianza general que agrava seriamente la calidad de vida. La imposibilidad de realizar dichas actividades, más las circunstancias particulares del confinamiento, podría provocar un repunte en solicitudes de atención en salud mental.

Chatear o hacer videollamadas con nuestros amigos y familia, utilizar redes sociales para estar al tanto de las noticias, compartir memes… nos ayuda. A muchos nos preocupa la cantidad de horas que pasamos con móvil. Es bueno quitarle hierro al asunto ya que es necesario compensar la falta de interacción diaria mediante el móvil pero, por otra parte, no es tan halagüeño la tendencia a vivir en constante alerta por el modo que tenemos de consumir noticias e interacciones tóxicas (insultos, amenazas) en las redes sociales.

Más de Uno León con Javier Chamorro y Miguel Ángel Cueto vía telemática (10 junio 2020). Audio cortesía de Jorge Martínez.

¿Cómo encontrar el equilibrio?

Es razonable desculpabilizarnos por no sentirnos a pleno rendimiento o estar más tiempo en redes sociales de lo que solíamos estar acostumbrados. Existe un famoso estudio en donde se ponía a estudiantes universitarios delante de una pared blanca y se les pedía que estuvieran 15 minutos sin hacer nada, ni dormir, ni mirar el móvil para distraerse. Se les decía que si empezaban a encontrarse tensos y querían reducir el tiempo, tenían un botón a su disposición en donde recibirían pequeñas descargas eléctricas a cambio de salir antes de la sala. Un 67% de hombres y un 25% de mujeres pulsaron ese botón.

También se hizo el mismo estudio con personas que estaban en su casa en vez del frío entorno de laboratorios de investigación (aunque sin incluir la descarga eléctrica). El 32% reconoció que hizo trampa durante ese rato mirando el móvil o escuchando música. Podemos plantear que una persona joven suele ser menos reflexiva y más inquieta, pero no me parece con gente más mayor cambiaran mucho los resultados. En definitiva, menos personas con un fuerte entrenamiento mental, todos acabamos cayendo en cualquier distracción.

El rechazo social y la soledad

Evolutivamente, el rechazo social es altamente aversivo para el cerebro y a todos nos resulta tremendamente desagradable sentirnos desplazados. Aunque hoy en día esté tan de moda el «me voy a mitad de la nada a encontrarme a mismo y huir del ruido de la civilización», en realidad durante miles de años estar aislado del grupo era igual a estar muerto. En una sociedad pre-industrial era casi imposible sobrevivir sin fuertes vínculos sociales. Lo mismo que sentimos disconfort cuando tenemos hambre o sed, el cerebro también codifica el rechazo social como una situación de vida o muerte. Además, tenían gran estatus social los anacoretas o ermitaños en la historia al ser un modo de vida tremendamente difícil. De hecho, las empresas tecnológicas conocen perfectamente este miedo atávico al estar fuera del círculo social (el famoso FOMO, «fear of missing out», miedo a estar siempre perdiéndote algo) e intentan hacer todas sus aplicaciones lo más adictivas posibles jugando con nuestro sistema de recompensa. Es bueno insistir en la necesidad de desculpabilizar a las personas, no tenemos porqué tener control absoluto sobre todo lo que hacemos y dejamos de hacer.

Otro estudio reciente refiere que las personas de sociedades europeas/americanas muestran mayores niveles de soledad que las sociedades asiáticas, que tienen un perfil más colectivista. También que es más prevalente en hombres y que tiende a disminuir con la edad. Aún así, hay que matizar que los propios autores de este tipo de estudios transculturales comentan que nos es fácil sacar conclusiones significativas en este tipo de macroencuestas. Pero yo sí que creo que una sociedad tan competitiva, enfocada al yo y al éxito laboral y económico genera muchas veces individuos insatisfechos y alienados.

El mundo laboral y el cambio de paradigma

El alto nivel de exigencia hace que muchas personas centren sus esfuerzos en medrar en su trabajo (o simplemente sobrevivir evitando que le despidan). Hace años una autora publicó un estudio curioso: el americano medio trabaja más horas al año que en un campesino en la Edad Media. Está probado que desde la aparición de la industria y la electricidad ya no se dependen de las horas solares para trabajar y se puede «no parar» en todo momento. En el siglo XIX era normal trabajar los 7 días de la semana y casi 12 horas al día, con lo que digamos que ahora estamos un poco mejor.

La famosa conciliación laboral y familiar o de amistades es francamente difícil, y en estas épocas de cambio tenemos la oportunidad de cambiar algunas cosas para ser individuos más conectados y felices.

Referencias:

  • Barreto, M. y otros (2020). Loneliness around the world: Age, gender, and cultural differences in loneliness. Personality and Individual Differences, 110066.
  • Hedges, J.N. (1992). The Overworked American: The Unexpected Decline of Leisure. Monthly Labor Review115(5), 53-55.