Como ya se decía en la Antigüedad, los humanos somos animales hedónicos, estamos cableados para buscar el placer y evitar el dolor. A partir de ahí normalmente evaluamos la satisfacción global de cómo estamos llevando la vida. Dicha búsqueda del placer es realmente amplia por definición o tremendamente subjetiva dependiendo de una persona u otra.
Estar en un estadio viendo un partido de fútbol puede suponer uno de los mayores placeres posibles para una o la peor tortura posible para otro. Un plato de marisco será delicioso para unos y asqueroso para otros. Y esto puede ser así para dos personas que compartan genética, que hayan crecido en el mismo hogar, criados por las mismas personas… Mucho más evidente si ya nos vamos a diferentes culturas o países, los sistemas de valores promovidos por cada sociedad son, queramos o no, una de las varas de medir más importantes cuando medimos la idoneidad de las decisiones que hemos ido tomando y los hechos azarosos que nos han ocurrido.
Con todo ello, a pesar de esta reconocida subjetividad de los medidores de calidad de vida, sí que existen pilares teóricos de las que podemos partir mediciones empíricas. A grandes rasgos, sería la autopercepción en tres grandes áreas: física, mental y social. La ausencia de enfermedades y una fuerte red de apoyo suelen ser las variables más relevantes para que planteemos la vida como globalmente satisfactoria, ya que esto suele estar acompañado con capacidad de tener grados de libertar. Y como ya se ha dicho a través de la filosofía, la felicidad está íntimamente relacionada con la sensación de libertad propia.
De ahí que el castigo más común sería la privación de la libertad, o llegando incluso a quitar la vida. También, destacar la importancia de la flexibilidad. Vivimos en un mundo generalmente caótico e impredecible, y tener la suficiente capacidad de adaptación ante situaciones desfavorables y repentinas es de suma importancia para mantener los grados de libertad mencionados. Y si no somos capaces de adaptarnos a circunstancias adversas, se suele acabar sufriendo una depresión clínica, o abuso de alcohol u otras drogas.
Más de Uno León con Javier Chamorro y Miguel Ángel Cueto (8 mayo 2024). Audio cortesía de Jorge Martínez.
Teoría emocional del bienestar subjetivo
A grandes rasgos, la investigación en psicología empezó a presentar modelos teóricos sobre los años 80, donde ya se empezaba a buscar respaldo científico a políticas de diferentes gobiernos. Este yo creo que ha sido el motor principal del estudio del bienestar humano de las últimas décadas, que los políticos puedan justificar sus errores o aciertos con el uso de la ciencia, invirtiendo recursos y dinero ello.
Nada negativo en todo esto en principio, pero como ya hemos comentado en otras entradas del blog, la ciencia psicológica todavía tiene fallas metodológicas importante que resolver, y no son pocas las ocasiones que se han utilizados estudios o paradigmas para realizar programas sociales. Sin ambages, si no somos cuidadosos se desperdiciarán millones de euros de dinero público implementado políticas basadas en pseudociencia, como en un caso reciente de cómo hacer que la gente mienta menos firmando papeles del seguro del coche.
Volviendo a lo que sí sabemos, las variables con las que se desarrolló son sencillas e intuitivas: afecto positivo, falta de afecto negativo y por consiguiente satisfacción global haciendo una balanza entre ambas dos situaciones. Y lo que se vio desde el principio de estas investigaciones, sería lo que se denomina “la paradoja del bienestar”, en donde la satisfacción vital de los habitantes de un país no crece en consonancia con el aumento de niveles de riqueza del mismo.
Esta aparente contradicción se ve más rápido comparando por ejemplo las tasas de suicidio en país de Europa, ya que estas son ciertamente más altas en lugares con más riqueza y menor desempleo como Bélgica, Suecia, Dinamarca o Alemania comparados con países del sur como Portugal, España, Italia o Grecia. Aquí podemos entrar también en aspectos como el clima, el ritmo de vida, horas de sol, calidad culinaria…, pero lo que sí se ve claro con estos datos es que esta idea tan promulgada de la pirámide de Maslow, en donde los humanos alcanzamos la autorrealización al ir cumpliendo fases de bienestar llenando jerarquías de necesidades humanas. Porque en muchos estudios sobre este tema los resultados son contradictorios, y evidentemente es indispensable para una vida digna un hogar, un trabajo lo menos precario posible y un entorno social y geográfico sano y enriquecedor. A partir de aquí, entramos en área mucho más volátil, al estilo del pensamiento de “¿cómo puede estar deprimida si es una cantante multimillonaria y viaja por todo el mundo haciendo lo que le gusta?”. Porque las emociones y la conducta humana están todo lo lejos que se puede estar de ese tipo de reduccionismo.
El cerebro, el sistema de recompensa y la filosofía que conlleva
Al final, no dejamos de ser esclavos de la manera en que nuestro cerebro computa la recompensa y el placer. Porque generalizando mucho, no seríamos adictos tanto al premio en sí sino a la expectativa del mismo. Es decir, recibir el placer asociado a una recompensa puede ser menos adictivo que las claves que hacen identifiquemos que esa recompensa está por venir.
Por ejemplo, se puede comentar el caso real de un hombre de mediana edad que tuvo que ser tratado por una adicción a la cocaína. Trabajaba como comercial de una importante marca de coches, y reconocía que muchas veces le costaba pasar por delante de un concesionario sin sentir ganas de consumo, e incluso llegaba a evitar la zona de la ciudad en donde se realiza un importante congreso de automóviles cada año. Es decir, simples claves contextuales sin una relación directa con lo que nos genera recompensa disparan las ganas de tenerlo, y el problema es que una saciación o el cansarnos de tener o hacer algo tiende a acabar desapareciendo.
Nunca es suficiente
Porque esta es la clave de la insatisfacción, en realidad estamos programados por así decirlo para sentir que nunca es suficiente, que hagamos lo que hagamos siempre se puede sentir un poco más de placer. Podemos decir que este complejo entramado neurológico fue percibido desde hace miles de años. El estocisimo, el budismo y otra muchísimas filosofías y/o doctrinas religiosas entendieron de alguna manera que la pasiones desenfrenadas y el hedonismo basado en el consumismo extremo acaban siendo una jaula más que una liberación.
Por todo ello, aunque suene a Perogrullo lo importante tiende a venir desde dentro y no desde fuera. Cualquier placer material es fútil y pasajero, y se requiere de cierto esfuerzo y disciplina mental para no sentir la eterna insatisfacción de que el mundo no nos ha dado lo que pensamos que nos merecemos. Siendo además una especie de afán comparativo constante, siempre habrá alguien más alto, con más dinero, con más inteligencia o prestigio social que nos recordará que no somos siempre los más populares de nuestro curso, pueblo, escena.
Además, si la base de nuestra economía es el consumo, el sistema que la sustenta no va a permitir que nos conformemos con lo que tengamos, con lo que se explota de manera inmisericorde todo este sistema neurobiológico explicado basado en la búsqueda de recursos constante en sociedades más primitivas, en donde la subsistencia no estaba garantizada pero que hoy en día no acaba de ser del todo adaptativo.
Y este entrenamiento comienza por un trabajo de autoconocimiento propio. ¿Hago tal cosa porque de verdad me gusta o porque es lo que se espera de mí? ¿Necesito comprar ese último iPhone o estaré siendo víctima de estrategias de marketing? ¿Quiero de verdad ir a ese destino turístico de moda tan caro y tan masificado o me apetece en realidad la opción en principio menos excitante que quedarme descansando en el sofá de mi casa? Insisto, por mucho que la vida sea azarosa, tenemos control sobre nuestros sentimientos de insatisfacción hacia la vida. De nosotros depende que esta incomodidad no espolee para mejorar como personas o nos ahogue en una charca de llena de resentimiento.
Bibliografía
- Boes, S., & Winkelmann, R. (2010). The effect of income on general life satisfaction and dissatisfaction. Social Indicators Research, 95, 111-128.
- Lewis, R. G., Florio, E., Punzo, D., & Borrelli, E. (2021). The Brain’s reward system in health and disease(pp. 57-69). Springer International Publishing.