Somos una especie eminentemente social, con un cerebro que tiende a computar el aislamiento social como peligro inminente, especialmente durante los años de la adolescencia. A diferencias de otras especies, nuestra neurogénesis y desarrollo fisiológico es bastante largo, al contrario que otras especies de mamíferos en donde las crías pueden casi moverse y alimentarse por sí misma en unas pocas semanas desde su nacimiento.
El alto grado de sofisticación de nuestro cerebro hace que este no madure hasta alrededor de los 30 años, aunque a partir de los 13 o 14 años ya se empiezan a conseguir la mayoría de las características del cuerpo adulto. La familia es nuestro primer contacto con el mundo, y nuestros esquemas cognitivos se basarán en gran medida en lo que vivamos en los primeros años de nuestra infancia.
Más de Uno León con Javier Chamorro y Miguel Ángel Cueto (5 marzo 2025). Audio cortesía de Jorge Martínez.
El deseo de dar apoyo
Nuestra querencia al apego es innata, desde bebés estamos programados para buscar calor y cuidado por así decirlo. Existen diferencias culturales en diferentes partes del mundo sobre el valor que tiene la familia en la vida del individuo, por ejemplo en España suele haber más vinculación familiar que el norte de Europa por ejemplo.
Las estadísticas son incontestables en presentar una correlación positiva entre calidad de las redes de apoyo y satisfacción vital. Además, está bien estudiado como sectas o grupos extremistas se nutren de personas desarraigadas y con un fuerte sentimiento de alienación social. En terapia, la demanda o petición de cambio de sentimientos de soledad es una demanda realmente común, que se da en la mayoría de los casos que se trabajan en consulta.
Una sociedad individualista
Nuestra evolución como sociedad ha sufrido grandes vaivenes y cambios, habiendo vivido una revolución tecnológica inusitada en las últimas décadas. La aparición de Internet y la posibilidad de viajar a la otra punta del planeta en apenas 24 horas ha cambiado radicalmente la manera de percibirnos como individuo y como especie.
El sistema económico imperante se basa en exprimir al máximo posible los réditos y ganancias económicas desde la Revolución Industrial, y esto irremediablemente ha afectado a la manera de relacionarnos entre nosotros. Es científico que a través de la competición se producen mejoras en nuestra capacidad de supervivencia, pero esta tiene que ser de tipo cooperativo y no buscar destruir a competición inmediata.
Todo humano utiliza herramientas que han sido creadas colaborativamente con otros humanos, la idea de que «so yo solo contra el mundo» es absolutamente falaz. No es tampoco antinatural la idea de seres ermitaños o que se retiran voluntariamente de vivir en sociedad, aunque el choque que puede producir esto suele darles esa aura de santidad y misticismo. Está constatado de que la gente joven hoy tiene menos vínculos y vida social que hace 20 años, dándose la paradoja de que en principio la tecnología permite contactar con cualquier persona en casi cualquier lugar del mundo casi al instante.
La conexión digital es muy importante, pero en sí misma es un complemento por así decirlo, nunca podrá sustituir al bienestar de una relación cara a cara. La alienación y atomización social provoca individuos irritados y frustrados, y por tanto más manipulables por personas con fines poco éticos.
Redes de apoyo
Las redes de apoyo ofrecen protección ante cualquier situación adversa o complicada de nuestra vida, desde eventos traumáticos, duelos, cambios vitales que generen malestar etc. También predicen la calidad de vida y el estado de salud del individuo, especialmente cuando por la edad esta tiende a empeorar de manera natural y progresiva.
En fases de crecimiento y neurodesarrollo, el no tener figuras o referentes vitales claros puede afectar negativamente a la maduración cognitiva y emocional del individuo. El aprendizaje del ser humano por modelado hace especialmente problemático crecer en un lugar sin estímulos ni referentes claros. El individualismo en sí mismo no es negativo, al final todos tenemos un mundo interior que hay que auto-observar y alimentar, pero eso no significa que nuestra existencia tenga más valor que la de al lado.
A pesar de la hiperconexión tecnológica, muchas de estas interacciones son de carácter superficial y poco enriquecedor. Tener situaciones sociales con humanos de carne y hueso implica imprevisibilidad, ya que cuando estamos con el móvil un algoritmo personalizado con nuestros intereses concretos. El buscar la comodidad y la satisfacción inmediata, que es lo que suele ocurrir con las aplicaciones móviles, hará que nos perdamos gran cantidad de experiencias y relaciones de calidad, que nos hará más felices y mejores persona.