Como humanos, somos animales simbólicos, estamos creando permanentemente constructos (símbolos religiosos, banderas, himnos) que nos ayudan a vivir en un mundo lo más coherente y predecible para nuestro cerebro. A partir de ahí, toda aquella conducta o comportamiento que pueda salir de nuestra comprensión inmediata es automáticamente etiquetado dentro de un marco mental lo suficientemente accesible. Desafortunadamente, esas etiquetas muchas veces trivializan e ignoran gran cantidad de matices que existen dentro de la conducta humana.

Más de Uno León con Javier Chamorro y Miguel Ángel Cueto vía telemática (11 noviembre 2020). Audio cortesía de Jorge Martínez.

Dentro de los síndromes que hoy en día son más populares hay una mezcla de términos relacionados con la cultura popular, sin base científica, con otros en los que suele existir una base empírica para demostrar la existencia del trastorno, y se les puede conocer por su nombre más coloquial. Tenemos varios ejemplos como el síndrome de Peter Pan (negarse a crecer, algo muy común hoy en día), o quizás otros con una base más patológica como el síndrome o complejo de Edipo (muy psicoanalítico), el de Rebeca (celos exacerbados por la ex-pareja) o el de Münchausen (fantasear e intentar demostrar de todas las maneras posibles que uno está enfermo y que necesita ayuda terapéutica).

Síndrome patológico

Hay otros que son ampliamente conocidos en los ámbitos de la psicología y de la psiquiatría pero que no lo son tanto a nivel popular. Es el caso del denominado erotomanía, que tiene una fuerte base psicótica y que consiste en que una persona se enamora de manera obsesiva de otra, persiguiéndola y acosándola, creyendo que cualquier gesto que la otra persona haga va dirigido hacia ella. Se le denomina síndrome de Clérambault, reputado psiquiatra francés de principios del siglo XX, y un ejemplo real de este trastorno sería el de una mujer obsesionada por el que era el rey de los Países Bajos. Ella creía que según se colocaban las cortinas en las ventanas del palacio real, eran mensajes ocultos hacia ella demostrando su amor. Obviamente, aquí existe un problema mucho mayor que una etiqueta de síndrome.

¿Es adecuado utilizar esos términos?

Como toda etiqueta, nos puede ayudar a manejar y comprender conceptos y situaciones muchas veces difíciles y con muchas aristas. Pero, poniendo el ejemplo anterior, decir que alguien sufre de un síndrome de Clérambault, puede resultar incompleto y dañino para esa persona. En salud mental hay mucha polémica por la denominación de muchos trastornos, su existencia, o el punto de corte para diferenciar entre unos términos u otros. Hay que tener cuidado para no caer en generalizaciones que muchas veces son estigmatizantes y solo se quedan en la superficie de algo que requiere un esfuerzo cognitivo mayor, más allá de ponerle un nombre y unos atributos asociados al mismo.

Dando una educación adecuada a la población estos términos servirían para sensibilizar y dar a conocer problemáticas que de otra forma pueden estar muy estigmatizadas. Además de que las referencias a mitos antiguos (por ej. griegos) también son educativas y nos ayudan a conocer de dónde venimos, los referentes culturales de donde partimos. A veces un síndrome de nombre más coloquial podría ayudar a eliminar en cierta medida el fuerte estigma que existe en trastornos mentales. Pero, como hemos comentado antes, cuidado con trivializar algunos temas que van más allá de “un problemilla” o “una manía particular de algunas personas”. El equilibrio siempre es difícil, pero tenemos que hacer el esfuerzo de preocuparnos por saber cada vez más e investigar exhaustivamente causas y consecuencias, y eso requiere tiempo, esfuerzo y paciencia.

Referencias:

  • Bolinches, A. (2010). Peter pan puede crecer. El viaje del hombre hacia su madurez. Barcelona. Grijalbo.