Llamamos duelo al conjunto de procesos psicológicos, biológicos y sociales que tienen lugar después de producirse una pérdida. Hay situaciones que, normalmente, desencadenan un duelo en todas las personas: la muerte de un ser querido, una ruptura afectiv,… Cada pérdida, sea emocional, funcional o física, representa un duelo. Lógicamente no nos es posible evitar las pérdidas pero sí superar el duelo.

La elaboración del duelo se produce mediante una serie de procesos psicológicos que comienzan con la pérdida y terminan con la aceptación de la nueva realidad, elaborándose mejor el duelo si los sistemas de apoyo y los medios de contención del dolor y sufrimiento emocional son lo suficientemente efectivos. Cuando el duelo no está adecuadamente elaborado lleva a una cronificación del sufrimiento psicológico, a disfunciones psicosociales y a la aparición de diversos trastornos mentales y físicos. Es psicológicamente sano que aprendamos a aceptar que la muerte es una parte natural de la vida.

León en la Onda con Javier Chamorro y Miguel Ángel Cueto (25 abril 2018). Audio cortesía de Jorge Martínez.

La duración del duelo

El tiempo necesario para elaborar un duelo depende de factores tales como las circunstancias de la muerte, la intensidad de la unión, el tipo de relación, la existencia de conflictos no resueltos, la edad…. Aunque cada persona tiene su propio ritmo el tiempo que va desde los seis meses a los dos años es el más duro, después se experimenta un descenso progresivo del malestar emocional. Se considera un momento clave cuando la persona es capaz de mirar hacia el pasado y recordar sin intensa pena y dolor a su ser perdido y a la historia compartida.

El proceso de duelo ante una pérdida no es lineal ni se da siempre de la misma forma en todas las personas, pero en líneas generales se suceden una serie de fases que van desde la aflicción aguda en lafase de shock o estupor: estado protector ante la amenaza del gran dolor por la pérdida; embotamiento mental con conductas desajustadas y emociones de angustia; problemas de sueño y comida; incredulidad para aceptar la realidad, pasando por la fase de protesta: enfado hacia las personas a las que se considera responsables de la pérdida o culpabilización hacia uno mismo y lo que podría haber hecho para evitarlo; falta de seguridad y baja autoestima además de fluctuaciones intensas en el estado de ánimo; notable desorganización emocional, con la constante sensación de estar al borde de una crisis nerviosa y perder el control, para seguir con una etapa de desorganización o de desesperanza que es el peor período de todo el proceso del duelo.

En esta etapa se toma conciencia de que el ser querido no volverá: se siente una profunda tristeza y las emociones están a flor de piel. Se sienten impulsos de llevar a cabo cambios radicales en su vida (casa, trabajo, localidad de residencia) o en sus relaciones personales o familiares. Muchas personas “sienten la presencia” del familiar fallecido, sobre todo en momentos de somnolencia o relajación y son habituales la apatía, el desinterés, o la tendencia al abandono. Por último tiene lugar lafase de reorganizaciónque es cuando se afronta la nueva situación y se reorganiza la propia existencia; se recupera el nivel normal de autoestima, de verse a sí mismo con un sentido positivo y se crea un nuevo proyecto de vida donde no está la persona fallecida, sólo su recuerdo.

Consejos que ayudan a elaborar un duelo

Para mejorar y superar el suelo se suele aconsejar expresar los sentimientos de tristeza, enojo o rabia. No es recomendable negarse a sentir y ventilar estas emociones. Además, compartir los pensamientos y sentimientos con la familia, amigos y/o allegados. Es conveniente retomar las actividades habituales, cotidianas, no sólo las laborales sino también las de ocio. Seguir manteniendo relaciones personales constructivas y, en lo posible, establecer otras nuevas. Sería conveniente evitar el aislamiento social, automedicarse y asumir el recuerdo de la pérdida de la persona querida.