Actualmente es preocupante la alta demanda en las unidades de emergencia en población infanto-juvenil. Lo primero que suele venirnos a la cabeza cuando escuchamos a un adolescente con todas sus comodidades (videoconsolas, móvil, viajes, ropa…) referir que tiene ganas de quitarse la vida es el motivo que les lleva a ello o pensarlo ya que suele tener casi todas las necesidades cubiertas.
No obstante, el tema del suicidio es tremendamente complicado y, como diría Albert Camus, esta sería la única pregunta filosófica importante.
Asumir que por tener todas las comodidades uno va a sentirse feliz no es entender del modo en cómo funciona la mente humana. De hecho, la tasa de suicidio es más alta en Uruguay que en Iraq, en Bélgica que en Haiti, en Estados Unidos que en Pakistán. Es decir, que en países con zonas en guerra u otros directamente estados fallidos la tasa de suicidio no es mayor que países con buenos niveles de vida. Nuestros abuelos podían empezar a trabajar con 13 años y que ahora uno puede estar en casa de sus padres estudiando hasta los 30, pero el suicidio es un fenómeno mucho más complejo como para acotarlo a medidores socioeconómicos.
Más de Uno León con Javier Chamorro y David Cueto (27 septiembre 2023). Audio cortesía de Jorge Martínez.
Escaso contacto social
Uno de los factores más relevante es el contacto social. Las estadísticas dicen que los jóvenes de hoy en día son los que menos socializan en exteriores, menos fuman, menos beben y menos sexo tienen comparados con generaciones anteriores. Los beneficios de no fumar y beber están claros, pero… están más solos que nunca. Y la soledad lleva a medidas que pueden parecer desesperadas como el suicidio.
Igualmente, la explosión de los móviles y las redes sociales también tiene que ver. Tienen su parte buena de conexión entre personas con distancias físicas, grupos por afinidad, compartir experiencias positivas… Pero también ha hecho que estén demasiadas horas solos y aislados, manejando videojuegos o redes sociales que al final han sido creados por empresas que buscan rentabilidad, generan un bienestar a corto plazo.
El contacto social humano cara a cara es indispensable para nuestro bienestar, especialmente a edades más tempranas, y el contacto on-line nunca podrán ser sustitutivas de este contacto físico. En China por ejemplo se dice que el tema es aún más grave por las políticas del hijo único. La juventud siquiera tiene apenas primos con los que jugar o relacionarse.
Detectar conductas de riesgo para prevenir el suicidio
Con las estadísticas en la mano, de los 10 a los 18 años la mayor tasa de suicidio está entre los 16 y 17 años. Antes de esa edad no es que sea inexistente pero sí inusual. A estas edades ya se ha alcanzado cierta comprensión del mundo que nos rodea pero todavía no se ha producido un neurodesarrollo completo (especialmente de los lóbulos frontales, que actúan como freno a conductas impulsivas) y llevaría a los adolescentes o en el inicio de la vida adulta se pudieran dar más conductas de riesgo. Existe un patrón estacional: los picos son en los meses de septiembre y octubre en países del hemisferio norte. Es decir, cuando empieza el curso escolar.
¿Es el suicidio un acto egoísta?
La idea de que “no me importan los demás, quitarme la vida es más importante y lo haré sin pensar en las consecuencias” es compleja. Cada caso tiene sus circunstancias particulares y generalizar resulta complicado. No obstante, existe la idea del dolor insoportable. A nivel físico, parece que es comprensible (e incluso legal en algunos países como en España) que una persona quiera terminar con su vida para no sufrir o por no tener la movilidad corporal que desearía. El dolor emocional no se ve a simple vista, pero es igual de intenso y horrible, con lo que muchas personas ven el quitarse la vida como el único remedio para paliar ese dolor.
Si existen comisiones deontológicas sobre hasta qué punto es ético el suicidio asistido en casos de enfermedad física, debería haber la misma comprensión hacia problemas emocionales intensos, que causan igual sufrimiento y que los datos muestran que estos problemas son computados por el cerebro de igual manera que el dolor físico puro. Por eso sería a los 16 o 17 el inicio del pico, ya podemos ser conscientes de que el dolor que sientan puede que no desaparezca nunca.
Cómo ayudarles a protegerles del dolor emocional intenso
Los adultos, que han crecido en un mundo totalmente analógico, deberían pararse a pensar de que las maneras de acosar a compañeros o compañeras de clase se ha refinado hasta niveles insospechados. Obviamente siempre ha habido acoso o bullying en las escuelas, pero al menos al entrar en tu propia casa podías librarte del acoso de los abusones o abusonas: no era posible que pudieran entrar ahí a pegarte o a pedirte el dinero para el almuerzo.
Hoy en día con los móviles y las redes sociales el acoso es 24 horas siete días a la semana. Lo acabamos de ver con las imágenes pornográficas generadas por IA de adolescentes menores de edad. Y este acoso va desde estos niveles hasta mandar amenazas por redes sociales, subir fotos o textos riéndote de otros compañeros o compañeras de clase, insultar o expulsarles directamente de grupos de WhatsApp. Lamentablemente las posibilidades son casi inabarcables. Tenemos que educarles en el uso de las redes sociales porque el acoso no acaba en la colegio.
Una cosa que puede parece tan banal como que no te dejen entrar en la misma partida de videojuego es un verdadero drama para muchos jóvenes. Y como comentamos, la realidad no es la que existe, sino la que el cerebro computa.
Nos desconcierta y usamos el desdén típico de los mayores: “menuda chorrada, cómo te enfadas por esto” pero es realmente contraproducente. Porque sufrir, sufren, y mucho. Ha habido casos de adultos que se han matado a tiros porque uno ha dado un me gusta a la foto de su pareja.
Si es on-line, ¿qué importa?
El rango más vulnerable son las chicas en las edades que hemos comentado anteriormente. El por qué daría para varios programas, pero principalmente diría que es por una maduración cerebral en general más temprana que los chicos (se dan cuenta de las cosas antes), mayor presión o expectativa social (tienen que estar siempre guapas, pero no provocativas; sacar buenas notas, pero no ser unas empollonas repelentes; socializar y pasarlo bien pero no fumando o bebiendo o estando con chicos, que eso lo hacen las malas chicas). Habría que afincar la idea de que tenemos que estar más pendientes de ellas que de ellos en términos generales.
Cómo podemos ayudar a nuestros jóvenes
Existen dos factores interesantes a desarrollar. El primero, es que existe una correlación bien estudiada entre niveles de aburrimiento y el bullying. Parece que hay una tendencia de conductas más sádicas en personas jóvenes que reconocen que no tienen ningún interés por lo que estudian o hacen, y que esto les lleva a acosar a otros compañeros en palabras textuales de un caso por “es que me aburro y me dedico a molestar para pasar el rato”. El fuerte componente tribal de la adolescencia también tiene mucho que ver. Nadie quiere quedarse fuera del grupo y si el líder o la líder se dedica a acosar muchos le siguen para no quedarse atrás y ser aceptados. Por tanto, que el sistema educativo resulte motivante para los estudiantes que tienen que superarlo resulta un factor protector contra el bullying, y por ende, para prevenir el suicidio. Es decir, las campañas contra el bullying son fantásticas, pero que el sistema educativo dé herramientas y genere una vocación clara para los jóvenes también ayuda.
El otro factor relevante sería las relaciones familiares. Si en en una casa se premia la comunicación honesta en vez del secretismo y la evitación, es mucho más probable que nuestros hijas e hijos expliquen abiertamente si están teniendo algún problema en el colegio. Está probado empíricamente que el sentirse protegido y arropado por la familia cercana es un factor protector de bienestar emocional en caso que se encontraran con situaciones desagradables y difíciles en su vida. Por eso es tan importante validar sus emociones. Esto no significa darles la razón en todo y manteniendo el principio de autoridad, sino escucharles honestamente y que no se sientan alienados o desplazados de la sociedad. Todos hemos sido jóvenes e incomprendidos, podemos hacer un esfuerzo en comprender la brecha generacional, aunque su manera de vivir y de pensar tenga muchas cosas diferentes a la que vivimos nosotros.
Bibliografía:
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